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Carlos Naucler Vélez

Caperucita Verde

A pesar de lo que pueda parecer, soy una persona con gran sensibilidad y aptitudes para la literatura infantil. Muestra de ello es esta versión del cuento de Caperucita Roja (la de los hermanos Grimm; la de Perrault la dejamos si acaso para otro día), adaptada a una época y temáticas más actuales, en la que se conjugan altos valores narrativos y pedagócicos. Lean, lean y lloren de la emoción.
21/07/2022
Narrativa Infantil

Había una vez una dulce niña que a todo el mundo caía bien, pero sobre todo a su abuela, que un día le compró en un mercadillo una sudadera verde con capucha y parches de Rosalía. Como le sentaba muy bien, y se la ponía todo el tiempo, llegó a ser conocida como Caperucita Verde.

Un día, su mamá le dijo:

—Ven, Caperucita, aquí tienes un tetrabrik de soja y unos sanjacobos de berenjena, llévaselos a la abuelita, que está enferma y débil y le harán bien. Salúdala de mi parte, y ten mucho cuidado por el camino y nunca te salgas de él, que luego la lías como la última v…

—¡Que sí, joder, que ya voy! Espera que termine de grabar el TikTok.

Y cuando acabó de hacer el mongolo, se puso en marcha. La abuela vivía al otro lado del polígono. Caperucita cogió su patinete eléctrico y tomó el carril bici. Al poco se encontró que el camino estaba obstruido por una tortuga que no le dejaba adelantar. Esta le dijo:

—Hola, Caperuita, soy la tortuguita de Zenón. ¿Te apetece que echemos una paradoja, a ver quién tarda más en llegar a la meta…?

Caperucita no estaba para hostias, así que se puso a la par de la tortuga y chocó repetidas veces su patinete contra esta, hasta que la echó fuera del camino de una patada.

—¡No molestes, saurio! No sé qué coño pintas tú en este cuento —le dijo, mientras la tortuga se estampaba contra un poste —¡Toma premio Darwin, galápago! ¡A tomar por culo!—celebró con una peineta.

La escena no pasó desapercibida para un guardia civil, que detuvo a Caperucita y empezó a preguntarle cosas. Ella era muy inocente, más o menos, y no sabía que aquel animal tan perverso era malvado, y no le tenía miedo.

—Buenos días, señor picoleto.

—Menos lobos, niña. A ver, identifícate, el DNI. ¡Dios, apestas a alcohol! ¿Se pude saber adónde vas, que pareces la camionera de Mad Max?

—A visitar a mi abuelita.

—Ya, claro. ¿Y qué llevas debajo de…?

—¡Eh, eh! ¡Es para consumo propio, lo juro!

—¡No, idiota, en la cesta!

—Ah, qué tonta, je, je, pues llevo unos alimentos eco-friendly para…

—Da igual, déjalo. ¿Y dónde vive tu abuela?

—Tiene la barraca a las afueras del polígono, por ese camino, junto a la campa de las jeringuillas, seguro que conoce el lugar —dijo Caperucita.

El guardia civil pensó para sí mismo, «Joer, estas dos deben ser las que busca la Interpol, ¿cómo hago para…? ¡Ah, ya sé!». Entonces dijo:

—Oye, mocosa, ¿no has visto qué setas más ricas crecen en los solares de por aquí? ¿Por que no vas a echar un vistazo? Son lo único que te falta, cómete unas cuantas y ya verás qué bien canta Mikel Erentxun.

Caperucita volvió en sí un momento y vio la luz del sol bañando las ruinas industriales, y las malas hierbas que crecían entre ellas. Pensó: «Voy a recoger un kilo de setas para la abuela, que se pondrá muy contenta, ju ju ju. Además, todavía es temprano, y llego a su casa cagando leches». Y se bamboleó hacia una vieja fábrica de mantecados. Cada vez que encontraba una bonita seta, veía otra aún más fluorescente, y corría a por ella, babeando, cada vez más lejos del camino.

Mientras tanto, el guardia civil se acercó a la casa de la abuela y llamó a la puerta: TOC, TOC, TOC…

—¿Quién está ahí?

—Vengo de Amazon con el Satisfyer, abre la puerta, vieja.

—Y una mierda, alguien tan borde solo puede ser Caperucita. Anda, levanta el pestillo y pasa, que estoy viendo Tropas del Espacio.

El guardia civil abrió la puerta y entró, fue directamente al sofá donde la abuela yacía despatarrada, le puso las esposas, después la aturdió con el Taser, y la dejó amordazada en el sótano. Luego se puso su camisón y se maquilló como como un drag queen, y se tumbó en el sofá.

Caperucita había recogido muchas setas, y se comió unas cuantas de camino a casa de su abuela. Cuando llegó encontró la puerta abierta, y no le sorprendió más que el cielo a cuadros o los olores con eco. Pero al entrar, todo le parecía tan poco euclídeo que pensó «¡Oh, Dios mío, ¿por qué huyen de mí los ángulos rectos?, si leo mucho a Gustavo Adolfo Escher…». Fue dando tumbos al salón y retiró las cortinas. La abuela estaba en el sofá frente a la tele apagada, tapada con una mantita y comiendo un bol de palomitas mientras la miraba fijamente, y le pareció más rara de lo normal.

—¡Oh, abuelita, qué contaminados están los acuíferos de Doñana!

—Para escucharte mejor.

—¡Oh, abuelita, cómo sufren las focas de Groenlandia!

—Para verte mejor.

—¡Oh, abuelita, cuánto metano emites!

—¡Eso es por el chóped del economato!

—¿Eh? How dare you, abuelita! How dare you!

—¡¡Que te calles ya, niñamierda!! —Y se abalanzó sobre Caperucita, y le dio con el Taser hasta que se le saltaron los empastes. Una vez inconsciente, le leyó sus derechos, la esposó y la llevó al sótano con su abuela. Luego volvió arriba y pidió refuerzos por radio.

Al poco rato acudió un coronel. El guardia civil lo llevó al sótano y ahí, ante todo el material incendiario y explosivo almacenado, pudo comprobar que, en efecto, su subalterno había detenido a una peligrosa célula terrorista, y al reconocer a las integrantes pensó que debía hacer algo… Así que tomó su pistola y disparó al guardia civil en el vientre.

Luego cortó las ataduras de la abuela y Caperucita. En cuanto se liberó, esta saltó y gritó: —¡Oh, estaba tan asustada! ¡Ya me veía extraditada como el Assange!

El guardia civil moribundo se sujetaba con las manos las entrañas. Con su último aliento se dirigió a su superior:

—¿Por qué… lo ha hecho? Son… las malditas… ecoterroristas… que volaron… la incineradora… del… País de las Maravillas…

—Puede ser— dijo este—. Pero se codean con la nobleza y la jet set. Así son las cosas, ya ve. Lo siento, pero ha acabado usted en el cuento equivocado.

Caperucita y la abuela, eufóricas, ayudaron al picoleto a expirar a base de patadas. Los tres estaban encantados: el coronel sabía que recibiría un soborno por su silencio; la abuela se metió unas rayitas acompañadas de una botella de mezcal; y Caperucita pensó para sí misma: «Mientras viva, nunca dejaré de arrimarme a un buen árbol, un árbol muy verde y sostenible, para que su buena sombra me cobije». Luego pasó a fantasear con viajes en velero por el Atlántico.

Y comieron setas y fueron perdices.

Como pueden ver, en la narración se abordan temáticas de actualidad desde un prisma psicopedagógico adaptado a nuestro contexto sociocultural: ecología, inteligencia emocional, cooperación, resiliencia, empoderamiento, pensamiento positivo, ley de atracción, dinámicas postestructuralistas, gamificación de ontologías… Todo ello orientado a reforzar los procesos creativos y habilidades sociales de l@s niñ@s, así como su autoconfianza a la hora de encarar retos y actividades emprendedoras.

Pero esta es solo una muestra. Imaginen lo que podría hacer, por ejemplo, con Blancanieves y los siete enanitos.

Soy consciente del carácter innovador de estas narraciones, y su potencial impacto en el mundo educativo. Por ello, debo pedir con amabilidad a los editores que no se me amontonen, por favor. Pasen ordenadamente por el formulario de contacto, y soliciten cita para negociar los emolumentos del contrato y servicios adicionales como alojamiento, eventos, escorts, o guardaespaldas.


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